lunes, 25 de abril de 2011

DE AQUI PARA ALLA



Levanto la cabeza de la mesa, el dolor y el cansancio me recuerdan por momentos que debe ser de madrugada, el olor a alcohol y cigarro me hacen ver de manera diferente las cosas y sin importar las consecuencias que esto tenga vuelvo a dejar mi alma en el fondo del vaso.
El ambiente está cayendo, las parejas bailan de manera hipnótica casi en cámara lenta, dejando que sus cuerpos tengan el control de ellos mismos, van de aquí para allá, de aquí para allá sin ritmo y sin que a nadie le importe que hace unas horas ellos eran los hombres, jefes de esto dueños de aquello, presumiendo que de sus manos y decisiones dependía el futuro de otros hombres por supuesto mucho menos mas grandes que ellos, van de aquí para allá, de aquí para allá como caricaturas de ellos mismos, riendo sin risa, con esos ojos rojos y caras abotargadas que te dejan ver por un momento lo que están esperando. Son parte de este momento y aunque yo también formo parte de ellos, en realidad no lo soy.

  • ¡Todos estamos muertos! ¿Te has puesto a pensar que cada uno de nosotros ha muerto y esto que estamos pasando es en realidad parte de nuestro infierno personal?

Pregunto a mi mujer que por la siguiente copa me pertenece y dejando escapar una risilla estúpida, con los ojos muy abiertos, entre humo de cigarro y saliva me contesta:

  • ¡Que tonterías dices cariño! ¡Creo que ya estás muy borracho!

Yo sonrío dándome cuenta que estoy sonriéndole a un muerto, ella se disculpa diciendo que va al tocador y la dejo ir sabiendo que no regresará. Va de aquí para allá, tocando a los demás, tratando de obtener un poco de vida de alguno de ellos, va de aquí para allá echando miradas por el hombro, caminando y carcajeando, mostrándose como señuelo.

Agustín regresa del baño subiéndose la bragueta a medio camino, con la copa en su mano camina esquivando parejas y meseros.

  • Esa hija de su reputa madre quería que le diera los cien pesos solo por haberle agarrado el culo.
  • Se los prometiste, se los hubieras dado -dije yo-.
  • ¡Estás pendejo!, ¿Cien pesos por agarrarle su asqueroso culo?
  • Tú se lo propusiste.
  • Creo que no entiendes, ¡ES UNA PUTA!.
  • Órale.

Agustín era un ser lo bastante grotesco como para no tenerlo cerca, siempre he sido un ser morboso y grotesco así que no me importo estar hundido en esa olla de decadencia con su finísima compañía sin siquiera conocerlo, después de todo uno siempre acaba decepcionado de conocer a una persona...
A cualquier persona.

Las parejas seguían bailando sin darse cuenta, la banda tocaba las mismas notas una y otra vez, Agustín miraba los traseros de las putas agarrándose el bulto de la entrepierna y frente a nosotros como la muerte misma, una mujer inmensa vestida de negro con las piernas cruzadas, esas piernas enormes saliendo de aquella diminuta minifalda y aquel cabello lacio negro opaco mirando a las personas pasar de aquí para allá sin que nadie la mirara, aunque a ella parecía no importarle demasiado, ella sentada con la propiedad de un animal que espera la presa. La imagine con una enorme guadaña y me gustó.

Su mirada de pronto se cruzo con la mía, yo trate de ignorarla pues si bien me había gustado su concepto de muerte no me atraían las mujeres gordas, aunque en aquel momento no sentía atracción por ninguna mujer, solo buscaba un camino corto para salir de este rollo, una mujer puede hacerlo pero tarda un tiempo.

Agustín ya la había visto, para el algo que tuviera senos era siempre algo que se podía fornicar.

  • ¡Mira guey! Esa vieja esta que se quema, esta re-pinche pero se ve que es bien puta.
  • No me gusta y no tengo ni un quinto.

El me miro de forma extraña y haciendo una mueca me dijo:

  • ¡No mames! No eres ni bonito ni famoso como para ponerte exigente, y yo traigo la lana.
Encendió un cigarro como pudo y dijo sonriendo:

  • ¡No vayas a salir puto cabrón! ¡Porque esos si que no se van al cielo je-je!

Era conocido por todos el gusto de Agustín por los transexuales, pero preferí no mencionarlo.

  • Al cielo, je-je.-dije yo-.
  • Pensándolo bien no te he conocido ninguna vieja, ni nadie de la fabrica te ha visto con una, es mas, ¿Dónde esta la puta que te deje?
  • Se fue.
  • ¿Cómo que se fue?... ¿y la dejaste ir así nada mas? ¡las aburres con tus pendejadas!
  • No me llevaba el hilo.
  • ¿Cuál hilo?
  • El hilo de la conversación cuando dos personas habl...
  • ¡No mames y llama a esa puta!

Agustín estaba lo bastante tomado como para llamar a la muerte así que de mala gana le hice una seña y ella se levanto de su lugar acomodándose la mini, se movía de manera exagerada y en el camino yo esperaba cualquier cosa menos a ella.

Tomo asiento entre Agustín y yo, y haciendo su cabello negro opaco hacia atrás nos saludo con un beso en la mejilla como si nos conociéramos desde algún bautizo, su mejilla en la mía me dio la sensación de haberme embarrado una pasta fría, quise limpiarme su maquillaje de la cara pero aun al final del camino uno debe seguir siendo un caballero.

Agustín la miraba de forma estúpida como si mirara algún partido de fútbol.

  • ¿Como les va la noche chicos? Yo soy Sheyla.
  • Te vamos a coger los dos por el culo y seguro tendrás lugar para mas -le dijo Agustín a Sheyla mientras le chupaba una oreja-
  • Ja, ja, ja,-rió Sheyla.
  • ¡Yo paso! no tengo ni un quinto.
  • Claro cariño pueden hacer lo que quieran, soy bastante para cualquier hombre, además no me van a matar ¿verdad? pero serian 500 por los dos.
  • Bien pero te encueras toda y de una vez te digo, yo no uso condón! -dijo Agustín-
  • ¡Yo no tengo ni un maldito centavo!- dije entre cerrando los ojos.

Sheyla aspirando un poco de polvo de un pedazo de papel le dijo a Agustín:

  • Como tu quieras, soy universal y si no te hace falta el condón a ti a mi menos, pero pide otros tragos mi rey que ya esta empezando el frió, yo vivo aquí cerquita a 5 cuadras así que no te preocupes que vamos a acabar los tres bien enredados, me estaba reservando para ustedes.
  • ¡Quiero que me la chupes hasta que me la dejes vacía mi Reina!
  • ¡Yo no tengo ni un MALDITO QUINTO¡
  • ¡ME LLEVA LA CHINGADA CONTIGO CABRÓN! -grito Agustín- Ya te dije que yo mantengo jodidos.
  • Deberías agradecer tener amigos como este –dijo ella sonriendo-
  • Ya.

Seguimos bebiendo otras dos rondas, Agustín abrazaba a Sheyla y le platicaba entrecortado la forma en que el había burlado a la policía, escapando con una buena ración de cocaína para su negocio, ella lo escuchaba atenta fingiendo el mismo interés que yo ponía en sus platicas, yo bebía y pensaba la forma de escaparme de esta.

La gente seguía caminando ahora sin música y sin motivo, caminaba de aquí para allá sin encontrar lo que buscaba, de aquí para allá y yo esperando el siguiente movimiento.

Agustín saco un billete de 100 de su abultada cartera metiéndolo en el escote de Sheyla y ella con una sonrisa lo beso como en una vieja película de Arturo de Córdoba, el beso duro bastante, supongo que ese era un beso de los que valían 100 pesos. Cuando el acto terminó Agustín fue directo a reposar su cabeza en su brazo y su brazo directo a la mesa, no se si serían las botellas o ese beso de 100 pesos, pero Agustín quedó profundamente dormido, y yo lo agradecí sin palabras.

Sheyla volteo a mirarme con una sonrisa triunfante.

  • ¡Yo no tengo ni un quinto! -Le solté con mi sonrisa borracha-

Ella volvió a reír y tomando la cartera de la mano de Agustín saco un montón de billetes, me miro por un momento y metiendo los dedos entre sus enormes tetas tomo los 100 pesos que le había guardado Agustín y me los dio.

  • Ahora tienes 100!
  • ¡Gracias... pero la cuenta no se ha pagado!
  • Pues te recomiendo que te largues, ya van a cerrar y yo me tengo que ir a trabajar
  • ¿Y Agustín? -pregunte esperando podérmelo llevar-
  • ¡No te apures que lo voy a dejar bien cuidado! hizo una seña con el índice a un hombre gordo con cadenas de oro en el cuello y barba de candado, y este afirmó con la cabeza.
  • ¡Espero verte pronto por aquí! -dijo Sheyla mientras se ponía su abrigo-
  • ¡No creo! Adiós.

Sheyla guardo su botín en una bolsa negra de mano y salio deprisa por una pequeña puerta, yo empecé a dirigirme a la salida pensando que Agustín todavía tenía un reloj y cadenas para pagar la cuenta, eche una mirada atrás y el tipo gordo lo llevaba cargando. Bueno -pensé- tal vez ya no podría pagar la cuenta, eso si era mala suerte.
Avance con mis pasos borrachos entre la gente, íbamos de aquí para allá mareados y con prisa, de aquí para allá como seres que mueren con el sol y un hombre por el altavoz nos agradecía por compartir la noche con ellos.

El sol era de color cobre asomando por las orillas de las azoteas, era como despertar en medio de un desierto repleto de personas que buscaban algún refugio, todas las mujeres corrían, algunas a sus trabajos de afanadoras, otras a ver a sus hijos y tal vez alguna a tomar un baño y llorar. supuse que así acababan todos las noches para ellos así que empecé a caminar sin dirección, tenía a dónde llegar, una casa, una mujer, hijos, pero no me importaba estar allí, estaba cansado y con sueño, cada paso se me revelaba y el sentimiento de agobio y vacío seguía en mi. Camine largo rato por lugares que me parecían oscuros a pesar de toda esa luz, la gente me miraba y se hacia a un lado, ellos esperaban que sacara alguna navaja del bolsillo de la gabardina y yo sonreía esperando que ellos hicieran lo mismo.

Mis pies adormecidos se detuvieron en el zaguán de alguna casa adornada con pequeños árboles verdes de diferentes formas, me pareció un lugar bastante agradable y me senté, la gente seguía pasando ahora sin tomarme en cuenta, señoras en batas que iban por los alimentos para el desayuno, niños que iban apurados a la escuela, hombres que se dirigían a trabajar y yo sentado en una banqueta pensando que en una hora tenia que entrar a mi trabajo. Mis pensamientos iban de aquí para allá, de aquí para allá enredados con pedazos de una melodía de Mangione y un hombre pasa, tal vez drogado, me mira de una manera extraña y me dice:

  • ¡Vete a las canchas a jugar! allá están todos con los balones.

Trato de sonreír y le contesto que en un momento estaré por allá, lo veo alejarse a toda prisa y vuelvo a Mangione tratando de olvidar los tragos, las putas, los hombres de cara abotargada, a Agustín, a Sheyla y a mi, busco sin encontrar un cigarro y me conformo con recargar la cabeza en la pared, mi mano aprieta un billete de 100 pesos dentro de mi bolsa, el sol me da de lleno en la cara, es un sol que no quema, que alumbra y reconforta y por alguna razón empiezo a recordar...

Empiezo a recordar mi niñez...

Empiezo a recordar mi niñez y a mi madre...

Cierro los ojos.



FMS

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