miércoles, 20 de abril de 2011

RULETA



Una cosa llevó a la otra.
Malos trabajos, malas mujeres, malas memorias, una vida sin oportunidades y de repente se encontró sentado junto a otros perdedores que a diferencia de la mayoría (que eran obligados por grandes deudas o cobardes sostenidos por su supuesta buena suerte buscando grandes fortunas) el había llegado por convicción propia.
La mesa era redonda y pequeña, un mazo de naipes con figuras geométricas de color rojo y una pistola calibre 38 con una bala esperando devorar algo en el tambor reposaban en el centro.
Así eran todos los viernes por la noche y ya habían pasado demasiados.
Lo conocían como Tabella, ese era su apellido y decían que era un hombre con suerte, aunque el pensaba que la suerte se podía observar desde diferentes perspectivas, pero reconocía que a lo largo de dos años, era el único que había salido de ese hoyo de mierda, viernes tras viernes, caminando y no dentro de bolsas negras con el cráneo destrozado.
El lugar era conocido únicamente por personas (si así se les puede llamar) relacionadas a la corrupción, prostitución y narcotráfico. Había de todo; desde políticos de muy alto nivel hasta jefes de cárteles buscados por debajo de las piedras, pasando por prostitutas de varias tallas, juniors drogadictos, policías de varios rangos, actores, locos. En fin, una noche pudo reconocer a un cardenal que habían asesinado un mes atrás, aunque para nada estaba muerto. Había apostado a su favor y por supuesto salio hinchado de billetes y bendiciéndolo por su buena estrella.
No había reglas complicadas: dos jugadores, a veces tres, el mazo de cartas y la pistola.
Los participantes se jugaban la primer tirada a la carta mayor, siempre era a la carta mayor (después de ser barajado el mazo por algún invitado distinguido del lugar, casi siempre político) y el que ganaba la mas alta tenia el “ honor “ de girar el tambor del arma y dársela a su oponente.
Había ocasiones que la bala salía en el primer intento, era raro pero llegaba a suceder y allá iban los sesos y la sangre a manchar algún traje fino lo cual significaba que se había terminado la noche. Siempre se jugaba una bala por semana.
Por el contrario, había ocasiones en que el disparo parecía no salir nunca y a veces se llevaba toda la noche lo cual hacia mas emocionante el juego y las apuestas subían demasiado, hasta que al final la bala salía. La bala siempre acaba por salir.
En una ocasión en que no había disparo, el oponente que era un tipo que le debía una gran suma de dinero a algún mafioso o político (¡Ha!) lo sentaron a la silla y lloraba y lloraba por que no quería apuntar el arma a su cabeza y mucho menos disparar, hasta que los guaruras de su dueño lo obligaban azotándolo con sus cinturones. Todos reían con la situación, parecía una especie de circo romano combinado con alguna película de los tres chiflados. Apretaba el gatillo y le tocaba una cámara vacía, y sus ojos se iluminaban y se carcajeaba junto a los demás esperando que Tabella fuera quien regara los sesos, pero no era así.
Así que volvían los llantos, los gritos y los cinturones en medio de toda esa risa en aquella loca gallera. Tabella no podía soportar todo aquello al grado que cuando por azar le tocaba disparar, esperaba una bala en la cámara. Pensaba que era mucho mejor a seguir aguantando aquella podrida locura y cuando le tocaba el turno a su cobarde oponente le decía entre todo el bullicio:
  • !Dispara maldito cobarde¡ ¿acaso no ves que ya estas muerto?
Hasta que después de cinco horas el pobre remedo de hombre, entre carcajadas y llanto, locura e infierno, termino con una bala perforándole el ojo y quebrándole la parte trasera del cráneo mientras confiado gritaba que el quería ver de frente a la muerte.

Ese fue el único día que Tabella vomito al salir del lugar.

Tabella vivía bien, alejado de todos a la orilla de la ciudad, no hacia falta nada en su apartamento.
Pasaba los días de la semana entre libros, música y vino. No le hacia falta la compañía de una mujer.
No creía en el amor y cuando el deseo se revelaba, acudía a alguna puta que por una buena suma de dinero se convertía en la mejor mujer, amante y compañera.
La relación perfecta, sin compromisos y solo por unas horas.
Y así vivía tranquilo. Tuvo que empezar a jugarse la vida para vivirla a su manera.
Pero al llegar el viernes volvía a aquel sótano a ser el bicho de todos aquellos seres sedientos de sangre y de muerte y él tenia que darles el espectáculo. Era el milagro de la suerte, Tabella el amuleto que salía caminando cada semana por su propio pie y entraba por la misma puerta la semana siguiente.
Y es que no había otra opción, una vez adentro era imposible salir.
No es que le molestara, pues como dije el había entrado ahí por convicción propia y vivir un día o cien mas no le importaba mucho.
Tal vez tenia algo de mas o de menos en la cabeza que le hacia sentirse inmune a los acontecimientos de los demás.

Todos los jugadores llevaban amuletos para la suerte, la mayoría se aferraba a alguna cruz que llevaban al cuello y otros a algún rosario, pero Tabella no creía en amuletos, siempre estuvo dentro de la regla de acción y reacción, aunque al momento de apuntarse en la cien y apretar el gatillo tenia por costumbre pensar en algún momento o situación penosa y de dolor que le había sucedido en la vida, (de esos momentos que todos quisieran olvidar) Jalaba el gatillo y enseguida escuchaba el “CLICK” que como proyectil le taladraba también la mente, y como siempre que sucedía eso, los gritos de los espectadores se dejaban escuchar con gran fuerza:
  • ¡MALDITO HIJO DE PERRA!
  • ALGÚN DÍA SE TE VA A ACABAR LA SUERTE.
  • ¡BIEN CABRÓN, BIEN!
  • ¡QUIERO TUS SESOS!
  • ¡SIGUE ASÍ PERRO O ME VOY A COMER TU CADÁVER!
El comprendía la euforia y en realidad no tenia nada en contra de nadie, pero ese grito hacia tiempo que le venia molestando.
  • ¡ERES MIO CABRÓN, SOY DUEÑO DE TU CARNE TAMBIÉN!
Era de un político corrupto adinerado (¿?) que por alguna razón sentía que Tabella le pertenecía y lo decía en serio. Tabella lo volteaba a ver de vez en cuando y sonreía ante sus gritos. Al igual se le hacia cómico. ¿Acaso no era un maldito chiste todo aquello?...
Lo miraba el a Tabella con una sonrisa de complicidad, apostaba grandes cantidades a su favor y siempre salía beneficiado. También decía ser su protector, las mejores putas, droga, música, vino y hasta libros de buen gusto literario eran para Tabella obsequios del político, que el recibía como cuando alguien recibe la hora en la calle.
Obsequios en agradecimiento por mantener los sesos en su lugar.
Y cada viernes estaba ahí, con su traje pulcro de muerte, sombrero, una hermosa zorra a cada lado, escolta de simios y su puro de cien pesos.
Tabella no odiaba esos puros de cien pesos, no odiaba a sus hermosas mujeres tan perfectas que
parecían de plástico,(¿como hacerlo?) ni siquiera a sus guaruras por que podría jurar que ellos tenían peores vidas que la de el mismo... y eso era mucho.
Es mas, ni siquiera odiaba a ese político con las manos llenas de billetes y manchadas de sangre, sabia que la suerte se ponía en la mesa y cada quien decidía si largarse con la cola entre las patas o tomarla y esperar a que venga la factura detrás de la puerta... No.
Eran esos trajes tan limpios, tan perfectamente hechos en aquel lugar hilarante que no cuadraban con el momento. Solo estaban ahí para ser un objeto mas gritando !HIPOCRESÍA¡ mientras a Tabella se le revolvía el estomago.
Había ocasiones que ni siquiera se daba cuenta de lo que realmente estaba haciendo ahí sentado.
Sacaba siempre la carta mayor, una y otra vez y veía a sus oponentes llorar, reír y maldecir mientras se llevaban la pistola a la cabeza. La gente gritaba tanto que no se sabia lo que decían y Tabella se quedaba inmóvil, como en trance mirando la pistola en la cabeza de su oponente, apretaban tanto el cañón del arma a la sien que al momento del impacto parecía que el cráneo se quebraba no por una bala si no por la misma presión del arma en la cabeza.
El caso era siempre el mismo, terminaba con la cara salpicada de sangre y pedazos de carne en su cabello. Las gotas resbalaban por su rostro como lágrimas escarlatas y el las dejaba correr sin poder dejar de sentir un enorme vacío ante la reacción estridente de la gente. Perros ladrando y aullando en manada.
El no sentía NADA por el caído, pero no terminaba de comprender porque “ellos” sentían tanta FELICIDAD, tanta que parecía que se les escapaba por los ojos y por esos labios en donde les colgaban tantas mentiras y atrocidades, tanta felicidad que se reflejaba en sus manos ocupadas con dinero y en sus zapatos de animales sacrificados.
Todos eran sus oponentes pero ninguno estaría jamás sentado frente a el.
Sabía que era de ellos, les pertenecía... pero ya no tenía más viernes para darles y siempre habría quien ocupara un lugar en la silla.

La ultima noche Tabella salió callado como siempre, solo que su rostro dibujaba un leve rastro de tranquilidad. A su paso recibió la sonrisa de complicidad de su “protector” y el se la devolvió. Tomo asiento entre los aullidos sedientos e inclino la cabeza ante su adversario, fue el primero en sacar la carta.
Las estadísticas terminan siempre teniendo razón a la larga.
Sacó un seis de corazones y su contrincante sonrió ante un rey de diamantes.
Los gritos empezaron a caerle a Tabella en la espalda, se sentía en el aire que aquella noche seria diferente, sabían que algo iba mal, mientras que el contrario hacia girar el tambor de la pistola y la ponía en la mano derecha de Tabella.
Tomo el arma y la miro, mientras todos guardaban silencio expectantes, se llevo el arma a la cabeza hasta apoyarla en la sien.
No cerro los ojos, jamás lo hacia, pero esa noche no llevo a su mente ningún mal recuerdo y no por falta de ellos, podía seguir con el juego por mucho tiempo pero en lugar de eso, solo estiro la mano hasta quedar horizontal a su derecha y sin dejar espacio de tiempo jalo el gatillo.
Se produjo el estruendo del disparo que destrozando la cabeza del político protector, manchaba de sangre y sesos la piel de plástico y sedosos cabellos de sus hermosas mujeres.

No gritaron. Bañadas en sangre solo encogían los hombros y abrían muy grande la boca.
Nadie reacciono como lo harían en un día común, todos tenían los ojos muy fijos en Tabella.
Nadie podía creer que el hijo hubiera matado al hombre...Jesucristo había matado a Dios.
!Se acababa de cometer un ese lugar un PECADO¡

Tabella poniéndose de pie se dirigió a la salida, a su paso todas las miradas le pertenecían.
Solo una bala, un solo disparo, pero con ella había liquidado a mas de uno....había valido la pena.
Entro en el sucio cuarto del lugar que le servía de camerino, se lavo la cara y se puso su abrigo.
Tomo sus cosas y por la puerta trasera salio a la oscuridad.
Sabia que seria una noche muy difícil, pero a diferencia de las demás, ahora tenia seis balas en su pistola y seguramente habría por ahí algunas mas para el.



FMS




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