lunes, 25 de abril de 2011

DE LAS NOCHES Y LOS DIAS




Bajaba diario 27 pisos en elevador y mientras descendía piso por piso lograba ver a sus espaldas el atardecer y las luces de los edificios al rededor tras una pared de cristal.
Parecía que la ciudad ardía.
Hasta donde alcanzaba su vista las luces blancas y rojas dominaban el panorama de una ciudad que por las noches parecía gritar entre melancolía y soledad.
Todas las noches descendía del piso 27 con su falda corta y saco azul marino, medias, zapatillas y dolor de tobillos. Margarita; le gustaba como se escuchaba su nombre en los labios de la gente, parecía que tenia otro significado cuando por los pasillos del edificio las personas asomaban la cabeza para despedirse de ella y nunca faltaba quien se ofreciera a llevarla a su casa. Claro, con la parada necesaria a tomar un café o cenar, con buenas o malas intenciones pero ella las rechazaba siempre con una sonrisa ya que seguía enganchada de aquel hombre, un hombre que a su vez estaba enganchado de otra mujer. Un hombre que no acababa de irse y tampoco acababa de regresar.
Salio aquella noche de la oficina con su cabello suelto y sus ojos cansados y mientras esperaba el metro que la llevara a su destino, observo a la gente que se apretaba en los pasillos y empezó a imaginar otro tipo de vida, tal vez un poco mas audaz.
Siempre se lo reprochaba todo mundo cuando por alguna razón ella se mantenía al margen de todas las cosas, no le gustaba llamar mucho la atención y trataba de seguir lo establecido.
Era buena en su trabajo y no había queja y en su hogar todo estaba en orden. No había hijos pero si los hubiera seguro seria una excelente madre también.
Pero llegaba a pensar a veces que también por esas razones había perdido mucho tiempo y muchas oportunidades y que al final '' él '' acabo por cansarse de una vida aburrida y de un gato que era el único ser que parecía que en verdad la apreciaba. Era su forma de disculpar a las personas cuando de antemano sabia que el error no estaba en ella, era su forma de disculpar a las horas de las noches y los días cuando pasaban de largo sin tomarla realmente en cuenta.
Y aunque aquel hombre seguía necesitando favores y quedándose a dormir en su cama, ella lo trataba de entender con gusto. < Ya se dará cuenta algún día > pensaba todo esto con los ojos cerrados cuando la voz de un hombre le pidió la hora.

  • Son las 9:35 -dijo ella mientras el tipo le sonreía-.
  • ¡Gracias!

Era un hombre muy joven y atractivo y ella tuvo que devolverle la sonrisa al sentir aquel momento de calidez, estaba acostumbrada a los movimientos a sus espaldas, elogios y miradas, pero aquello era algo diferente, un segundo de honestidad y sinceridad. Sin darse cuenta echo su cabello quebrado hacia atrás tratando de acomodarlo mientras se ruborizaba por esa acción. Le gustaba sentir esa mirada a su lado.
Estaban al principio del pasillo y se escuchaba acercarse el tren, ella por reflejo o curiosidad volteo a mirarlo esperando encontrarse con esa singular mirada, pero el la tenia perdida, puesta en la nada y sencillamente cuando mas cerca estaba ya la maquina, el hombre joven y atractivo dio un salto hacia adelante cayendo en cuclillas en medio de las vías, no hubo tiempo para mas, el alzo la cabeza y la miro otra vez con una leve sonrisa en su rostro, ella con los ojos muy abiertos empezó a estirar una mano hacia el y la maquina pitando endemoniadamente lo borro del campo de visión haciendo sonar los frenos como animales sacrificados en matadero. Todo fue una verdadera locura, la gente que estaba cerca y se dio cuenta del suceso comenzó a correr como loca tratando de encontrar algún policía, las mujeres gritaban histéricas y tapándose la cara lloraban gritando que alguien había aventado a una

Persona a las vías, las gente del final del pasillo corría hacia el otro extremo tratando de enterarse del incidente mirando a los pasajeros que estaban dentro de los vagones los cuales también miraban perplejos a la gente que corría sin saber el motivo mientras que Margarita seguía inmóvil con la vista fija en el lugar sin poder mover sus pies, no podía creer lo que había sucedido.

La muerte siempre le resulto compleja pero en ese momento le parecía tan ridícula y descarada como proyectos de arquitectura tirados en un bote de basura.
¡Alguien que busca la muerte con una sonrisa en su rostro seguramente es alguien que esta loco!
¿O los locos son los que la esperan con la amargura y el miedo en la cara mientras se marchitan en sus sillas estacionadas al sol de la tarde?
Empezó a reaccionar y se recargo en un pilar que estaba detrás de ella, se sentía mareada y con nauseas, la gente seguía corriendo pero ahora mas pausada, varios policías empezaron a llevar a la gente hacia arriba por las escaleras diciéndoles que avanzaran, que ahí no había ya nada que ver y era verdad ya todo había terminado.
Margarita salio con toda la gente, los iban guiando los policías a la salida mientras que por otra escalera bajaban varios hombres con overoles azules, varias cajas de herramientas y bolsas negras de plástico. Parecía que tenían todo planeado, como si todo aquello fuera mero protocolo y rutina, como si existiera un empleo de recoger carne y tripas debajo de los trenes del metro para transportarlos a algún otro lugar. Una especie de empleo de Caronte.
En la superficie ya se había cerrado la entrada del metro y la gente empezaba a buscar molesta alguna forma de transportarse.
Margarita tuvo que tomar un colectivo repleto de personas que parecían no saber de la muerte de aquel hombre o parecía que lo maldecían por ocasionar aquel alboroto. Tuvo que irse de pie pues no había lugar en los asientos y cuando ya en movimiento trataba de explicarse el enorme enojo y sentimientos encontrados que sentía hacia los ajenos motivos del suicida, comenzó a sentir un leve roce varonil en su trasero, empezó muy disimuladamente pero al ver que no había rechazo alguno siguió de forma exagerada. Ella cansada dejo seguir al sujeto con el juego aquel, tal vez era una reacción a lo que sentía en ese momento, una especie de total desinterés y rebeldía.
Unas manos comenzaron a acariciar su vientre y ella se dio la vuelta totalmente solo para mirarlo de frente, lo observo un momento buscando con curiosidad su mirada pero el tipo comenzó a mirar a todos lados entre apenado y asustado y se fue escurriendo hacia la puerta trasera hasta que desapareció en una avenida oscura.
Demencia. Demencia total, su mundo que había estado marcado por manecillas de relojes metálicos y galletas de mantequilla empezaba a parecer de pronto un sueño bizarro, como un secreto silbado en el oído dejando ver vulnerabilidad y rencores amontonados. Miraba pasar a través de las ventanas a toda aquella gente allá afuera y los encontraba vacíos y demacrados caminando sin razón por calles que destilaban amargura en aquella gran oscuridad.
Empezó a entender el tiempo como largos caminos empedrados llegando a callejones aun más largos pero sin una sola salida, amontonando poco a poco todas las noches y los días y de alguna forma disculpo a aquel hombre por haber dejado escapar la chispa de los ojos, las ganas de recorrer los empedrados de la vida.
Bajo cerca de su domicilio, para esas horas la gente que pasaba por las calles eran amantes de la oscuridad, borrachos, vendedores de agujas, devoradores de carne y ella pasó en medio de todos mirando por primera vez esos rostros desconocidos de aquel mundo que siempre trato de ignorar abriéndose paso entre la noche que la observaba como gato en azotea.

Sin ninguna sombra a su espalda, entro en el edificio mirando a los ojos a las vecinas que se asomaban al pasillo expectantes de las situaciones ajenas y haciéndolas sentirse incomodas regresaron a sus infiernos personales. Las imagino recargadas en alguna esquina de sus dormitorios esperando convertirse otra vez en estatuas de sal.

Tomo el ascensor, el dolor de cabeza se empezaba a hacer agudo y una punzada en la frente le obligaba a cerrar los ojos. Al abrir la puerta el gato negro se le restregó en los tobillos maullando y caminando de puntillas, ella lo levanto del suelo al tiempo que caminaba hacia el teléfono que no paraba de sonar.

  • ¿Si?
  • ¿Sabes que hora es? -era el hombre enganchado-
  • Muy tarde -dijo ella- aún uso reloj.
  • Me tenias muy preocupado.
  • Lo siento...un hombre murió...
  • Yo voy a morir de preocupación un día de estos -mintió- OK, espérame voy hacia allá.
  • ¿Sabes? Estoy un poco indispuesta...quizá sea mejor vernos otro día.
  • ¿Que dijiste? ¿Que te sucede?
  • ¡Nada! Solo que no tuve un buen día y estoy cansada -dijo mientras acomodaba al gato en el resquicio de la ventana-
  • Será eso ó tal vez te la pasaste mejor de lo que me cuentas.
  • No. -suspiro- sabes bien que no. Aunque tal vez debí hacerlo.
  • CUIDADO! TAL VEZ EL QUE SE CANSE SEA YO Y NO REGRESE.
  • OK. -dijo pasándose la mano por la frente-
  • ¿OK QUE?
  • OK. No regreses.
  • Mira cariño... se que pasaste mal día, pero mañana estarás mejor. No estoy enojado.
  • ¡No quiero que regreses ya!
  • ¿QUE DEMONIOS TE PASA AHORA?
  • Que ya no quiero que regreses -dijo Margarita sin perder el tono- quédate de una vez por todas con ella.
  • ¡Mira!...piénsalo...sabes que a ella no la quiero como a ti.
  • ¡Inténtalo! Tal vez sea mejor persona que tú y yo. Por el dinero no te preocupes, sabes que nunca me importo. Es tuyo.
Se hizo un pequeño silencio, el gato se acomodo moviendo la cola.
  • Muy bien! -dijo él indignado- ¿algo más que decir?
  • Si.
  • ¿QUE?
  • No existen las mujeres frígidas.

Colgó el teléfono con suavidad, la casa estaba a oscuras y parada al centro de la habitación no intento encender la luz. Por las persianas en ese sexto piso se filtraba el amarillo de las luces de neón de los espectaculares anunciando siempre una vida mejor, una bebida mejor, una comida mejor, un vicio mejor, un mundo mejor.
Margarita comenzó a quitarse la ropa, se miro a un enorme espejo colgado a la pared y observo sus carnes aun firmes y su vientre sin germinar, su rostro acentuó una sencilla sonrisa y se sirvió un tequila el cual después de probar comprobó que aunque fuerte, todavía soportaría unos tragos más.

Encendió un cigarro de un paquete olvidado y tosiendo un poco puso algo de bossa en la radio y a oscuras se sentó en una silla frente a la ventana.
Afuera la ciudad seguía ardiendo y los lamentos jamás se dejarían de escuchar.
Las noches y los días seguirían amontonados en una gran cloaca hasta que al final todo acabase reventando y dejando escapar frustraciones y sueños atorados, pero hasta ese momento ella nada podía hacer.
Se dejo llevar por la música, decidió que no iría al otro día a trabajar y mientras el humo del cigarro hacia curiosas caracolas en el aire, ella reía viendo que su gato jugaba tratando de alcanzarse la cola.




FMS








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