jueves, 28 de abril de 2011

ENORMES SACOS CON SABANAS OLIENDO A TRISTEZA




Era Noviembre, los días parecían mucho mas cortos, hacia un frío que quemaba como hielo seco y todos matábamos por un trabajo. Eramos desempleados.
Hacíamos largas filas buscando solución a nuestra desesperación económica. La renta y los alimentos no daban tregua jamás.
El sistema nos había vuelto a joder. El sexenio terminaba, un presidente suplantaba a otro, el peso perdió fuerza y las fábricas cerraron dejándonos en las banquetas con los ojos, los bolsillos y las mentes en blanco.
Los pocos que conservaban su trabajo se aferraban a él como a tablas en medio del océano.
Era la devaluación del 94.
Por aquellos tiempos yo no entendía el burdo mecanismo del sistema, pero lo que si me quedaba tan claro como hierro candente en la cabeza, era que aun siendo tan joven ya era responsable de una familia. Constantes punzadas en la sien me hacían levantarme de las bancas de los parques donde descansaba por momentos para seguir preguntando fabrica por fabrica, puerta por puerta, si ellos tenían de casualidad algún trabajo que yo pudiera realizar. Algunos me miraban raro preguntándose si en verdad creía que así podría conseguir algo. Otros no podían aguantar sus muecas de burla y mas se aferraban a su tabla en medio del océano.
Fue así como entre búsquedas, fabricas y bancas de parques, un conocido pagándome un favor me comento de un lugar que por la noche solicitaba personal y la paga no era tan mala, así que casi en secreto me dio el nombre del contacto y la dirección y yo me presente a media noche en el lugar con las piernas medio entumidas por el frío.

El lugar era enorme o al menos así me pareció por fuera. No tenía ningún nombre o anuncio que diera referencia de algún lugar laborable, solo el enorme zaguán amarillo que al irse abriendo lateralmente dejo ver en su interior movimiento de personas y camionetas.

- Busco al señor Moreira.
- ¡Pasa! –dijo el vigilante dejándome en el patio.
Era una enorme lavandería. Al fondo se podía ver a mujeres, las más jóvenes iban de un lugar a otro llevando cubetas de metal y las mayores no se movían de sus lugares en unas grandes maquinas cromadas. Los hombres en el patio descargaban sacos de lona que desdoblaban y contaban para después doblarlos y volverlos a colocar dentro de las camionetas.
El vigilante subió por una escalera de metal a un segundo piso y por una gran ventana pude ver que hablaba con un pequeño hombre calvo que llevaba una tabla llena de papeles en la mano, los dos volteaban divertidos a verme. Yo era casi un niño y bastante delgado pero la necesidad me empujaba con gran fuerza. El vigilante regreso diciéndome que en un momento me atendían mientras que Moreira iba de un lugar a otro con su tabla en la mano dando indicaciones.
El vapor que salía de las maquinas se sentía bastante bien a esa hora de la madrugada, yo me acercaba un poco para sentir el calor en las piernas mientras que algunas mujeres me miraban sonriendo y seguían en sus maquinas haciéndome sentir envidia de sus vidas. Yo quería sus empleos.
Moreira seguía sin voltear a mirarme siquiera, era su juego y su lado de la moneda así que yo me dedique a dar pequeños paseos en mi lugar recargándome de vez en cuando de una imagen de la Virgen que habían adornado con luces de colores y papeles metálicos para la celebración del mes de Diciembre.
Después de casi una hora Moreira se acerco mirándome de arriba abajo con aire de ser el Alguacil de alguna película de bajo presupuesto.
-¿Y bien?
-Vengo por el trabajo.
Con una tonta mueca de burla volvió a mirarme de arriba a abajo y llamando a un tipo que reía continuamente haciendo parecer que no le importaba absolutamente nada en este mundo le dijo:
-Te llevas a “este” también en tu ruta.
-¿En serio? –pregunto riendo el tipo.
Moreira no le contesto y se fueron mirando los papeles de su tabla. Yo saque un viejo folder arrugado y solté:
-¿A quién entrego mis papeles?
Moreira volviendo a su mueca solo me pregunto:
-¿Esperas seguro social...?

Íbamos por las avenidas céntricas que a esas horas parecían casi desiertas. Teníamos que ir de hotel en hotel, todos hoteles oscuros y todos de paso. Nuestro trabajo consistía en recoger las sabanas y cobijas sucias de cinco hoteles que nos habían asignado para llevarlas a la lavandería y en la siguiente vuelta entregarlas en el menor tiempo posible.
Nunca supe los nombres de mis tres compañeros. El que manejaba era el encargado, era el que reía de todo y escuchaba la música tropical a todo volumen. Había un muchacho unos años mayor que yo, fumaba demasiada yerba y trataba tanto de ignorarme que casi lo logra. El otro era un hombre joven fornido con las mangas dobladas sobre sus bíceps. Según lo que escuche de sus comentarios había participado en la representación de la pasión de Cristo que se realiza en semana santa, había sido uno de los ladrones que muere a lado de Jesús en la cruz (Dimas o Gestas…no lo recuerdo) y lo platicaba con gran orgullo.
Era el único que hablaba conmigo. El fue el que me explicaba lo que teníamos que hacer en ese trabajo.
-Hay que ser cabrón para esto. –decía tratando de no demostrar el frío que todos sentíamos.
-¡Tu solo encomiéndate a Dios y vas a ver que todo sale bien!
Yo sonreía y asentía con la cabeza mientras que el que fumaba yerba nos miraba de reojo.
Parábamos continuamente en las esquinas y el chofer saludaba a las prostitutas que caminaban de un lado a otro sonriendo, parecía que las conocía a todas. Subían unos dos escalones de la camioneta y fumaban cigarros. Fumaban mucho y reían aun mas. Algunas me miraban con curiosidad pero no decían nada, dejaban escapar sus aros de humo y volvían a sus esquinas de trabajo. Yo las observaba con cierta nostalgia mientras nos alejábamos, con tan poca ropa en aquel terrible frío solo atinaban a cubrir su pronunciado escote para después descubrirlo y sacar más los senos cada vez que a su lado pasaba un auto con algún posible cliente.
<< !Dios! –Pensaba- es tan difícil para todos.>>
Una enorme montaña de cobijas y sabanas nos esperaba al final del patio del hotel, cada uno de nosotros (menos el chofer) tomo un saco y desdoblándolo tomamos nuestro lugar. Yo me puse en una orilla y empecé a doblar las sabanas para después ir metiéndolas en los sacos. Tenían que llenarse con la mayor cantidad posible.
El frío era tal que hubiera dado TODO en ese momento por hundirme en medio de aquella montaña de sabanas y dormir…pero yo no tenía nada así que seguí doblando y metiendo sabanas en mi saco. Había algunas cobijas pero la gran mayoría eran sabanas, sabanas de un color blanco apagado, sabanas que se parecían a las mañanas en que el sol no se define tras las nubes...sabanas de un blanco enfermo.

Las sabanas seguían cayendo por las ventanas y las señoras que hacían la limpieza pasaban de vez en cuando saludándonos amables, a lo lejos se miraban los coches que entraban al hotel, algunos llegaban en pareja y algunos llegaban solos pero todos salían demasiado rápido y unos minutos después salían las mujeres caminando cansadamente sostenidas por sus piernas de nailon. Era triste su andar.
Mis compañeros trabajaban muy rápido, tarareaban canciones haciendo bromas entre ellos y parecían felices. Yo sentí vergüenza de no agradecer las cosas como ellos, vergüenza de que aun con mi necesidad a cuestas no acababa de aceptar estar en el lugar ni en el momento que me toco, de que lo que para ellos era bueno y los llenaba, para mí era ausencia total. Comprendí que no tenía ninguna otra opción de momento, así que trate de hacer mi trabajo lo más rápido posible tratando de olvidar el frío.
Acomodaba una sabana dentro del saco cuando sentí algo pegajoso entre los dedos, saque la mano rápidamente y con asco empecé a limpiarme con otra mientras que Dimas se acercaba riendo:
  • A veces pasa... pero no muy seguido.
  • ¿No tendríamos que usar guantes o algo parecido?- pregunte.
  • Solo te hacen mas torpe. Ya te acostumbraras.
<<acostumbrarse a embarrar las manos con fluidos ajenos.... es imposible.>>
Pensaba en ello cuando observe a Dimas llevarse una sabana al rostro y hundir la cara en ella mientras cerraba los ojos. Al darse cuenta de mi curiosidad dijo:
- Por el olor puedes saber quien estuvo sobre estas sabanas.
Yo sonreí sin comprender bien y solo hice una tonta mueca de sorpresa.
  • ¡En serio!...mira...
Tomo algunas sabanas del montón y aspiro lentamente.
  • En esta se acostó una puta de las mas baratas, el perfume es tan corriente que pica la nariz. En esta otra fueron dos hombres, hay loción diferente a cada lado de la sabana. En esta fue una hermosa joven, el perfume no es nada común y la piel de ella aun huele a jazmines. En esta fue un trans, el perfume es muy escandalosos pero se combina con sudor fuerte y en esta....no lo se....lo hicieron de pie y ni siquiera tocaron la cama.
Yo lo mire asombrado, tal vez estaba mintiendo pero lo hacia muy bien.
  • Es en serio... tu también lo puedes hacer.
  • No, no creo. No soy bueno con la nariz. -dije tratando de poner fin al tema.
  • Claro que puedes! Intentalo.
Sabia que no podría zafarme de el, así que tome una sabana del montón y de mala gana la hundí en mi rostro, un tanto apenado cerré los ojos y aspire un poco.
Lo que llego a mi no lo podría describir como olor, en realidad era sentimiento...amor con dolor, verdad con engaño, ilusiones amontonadas en algún cajón de estacionamiento, furia, llanto, mentira, soledad... olor a tristeza... pero solo guarde silencio pensando que ellos jamas lo entenderían.
  • Ya aprenderás.
Y se alejo aburrido mientras yo seguía con la sabana entre las manos y el otro muchacho nos miraba fingiendo total desinterés desde su lugar.


Cinco enormes sacos, uno mio y dos de mis compañeros esperaban para ser subidos a la camioneta y yo un tanto agobiado los observaba nervioso ya que al momento de estar amarrando el mio, trate de levantarlo solo para estar seguro que podía hacerlo. Ni siquiera pude hacer que se levantara del piso.
Al momento que nos disponíamos a echar la carga a la camioneta, Dimas con una sonrisa me mando a recoger la firma para la salida a recepción y mientras la esperaba en el suave sillón de piel negra de la oficina, mi agobio seguía al pensar que ellos se habían dado cuenta que no pude cargar mi propio saco.
Después de 15 minutos regrese con la firma y ellos ya me esperaban en el patio mientras reían y fumaban. La camioneta ya estaba cerrada y los sacos adentro.
<¿Como demonios lo hacen?> al subir a la camioneta el tipo que me ignoraba agacho la cabeza y soltó una risilla. Si, yo no era de gran peligro.

Desde ese momento parecieron cerrar su circulo y nadie ni siquiera Dimas volvió a dirigirme la palabra.
En los siguientes hoteles la cosa fue lo mismo, bajar los sacos, llenarlos, sentir el frío e ir por la firma a recepción y al salir de la oficina subir a la camioneta ya cargada y pasar a la parte de atrás enfrente de aquellos ojos que gritaban rechazo a mis espaldas.

El regreso era rápido, la circulación de coches empezaba a aumentar y sus luces aun reventaban contra la oscuridad de aquellas horas de la madrugada. Gente caminaba aun por las aceras, algunas prostitutas seguían laborando y a lo lejos se confundían y se volvían una mancha mas. ?Hacia donde íbamos todos? Me preguntaba al mirar tantos caminos que se cruzaban.
No hacían falta tantos caminos, solo nos faltaban salidas.

De vuelta en el patio de la lavandería bajamos de la camioneta y mis compañeros jugando se aventaban y reían, eran felices a su modo, era su mundo y yo no lo invadiría jamas, así que regrese a la imagen de la virgen iluminada mientras abrían las puertas de la camioneta y Moreira con su tabla en mano hablaba con el chofer y con Dimas, gesticulaban felices y volteaban a mirarme. No era bueno.
-¡TU! -Moreira bostezaba mientras me llamaba.
Me acerque a ellos y antes de decir nada me soltó:
- Quiero que bajes UN saco de esos.
<<Maldita sea>> pensé mientras miraba de reojo a Dimas. ¿Dimas...? ¡Judas!
Me pare al borde de la plataforma de la camioneta, me llegaba a la cintura así como el saco que estaba a la orilla de la misma. No se como pero en un segundo TODOS estaban al rededor de la camioneta, los hombres me miraban divertidos y las mujeres asomaban sus pequeños ojos entre cerrados. El tipo que siempre me ignoro ahora estaba expectante en primera fila.
Recargue la espalda en el saco y estirando las manos tome la orilla de la lona y en un movimiento hacia adelante trate con todas mis fuerzas pero el saco siguió en su lugar.
- El PESO VA EN EL HOMBRO NO EN LA ESPALDA. -Dijo Moreira un tanto desesperado- ¡Otra vez!
Agache la cabeza y tome posición nuevamente, me encorve solo un poco, tome firmemente la orilla del saco y mirando levemente la imagen de la virgen que asomaba detrás de aquella pequeña multitud pensé: <<sabes que lo necesito...vamos, solo un poco... después yo haré algo por ti>> y tire con todas mis fuerzas y ante un siseo aborrecible del personal, el saco volvió a quedarse en el mismo maldito lugar de siempre.

Moreira movió la cabeza de lado a lado y se retiro buscando en su tabla no se que demonios. Las mujeres regresaban a sus lugares y algunas comentaban ''pobrecito'', mis compañeros divertidos saltaron a la camioneta y bajaron los sacos con la facilidad de la cizaña sobre la hierba y yo adopte la mueca estúpida, sonrisa de derrota, ardor en los ojos mientras me quitaba del paso con la vergüenza en los huesos. Ya no sentía frío.
En ese momento todos volvieron a sus quehaceres. Era raro pero nadie me miraba, ni siquiera volteaban a mirarme para ser el centro de sus burlas, todos estaban en todo menos en mi. Aproveche el momento o tal vez la complicidad de ellos y abriendo la puerta salí y camine un largo tramo y antes de dar vuelta mire hacia atrás solo para reafirmar que nadie me seguía.


Volví a mi casa después de cuarenta y cinco minutos de caminata. Aun seguía oscuro el cielo. Mi derrota era de alguna manera amortiguada pero con un sabor dulcemente amargo al mirar a mi bebe de meses dormir en su pequeña cuna. Sus suspiros eran como pequeñas burbujas rosadas que corrían de mis venas a mi corazón.
Me desnude y al acostarme ella se despertó.
- ¿Que paso?- pregunto mas dormida que despierta.
- Nada...no pude con el trabajo.
- En verdad aprecio lo que haces.- Mintió bostezando y se volvió a dormir.
Yo cerré los ojos, sabia bien que llegarían cosas mejores, quedaba mucho por caminar.
Malo o bueno pero sin duda llegarían y ahí estaría yo como un grano de arena mas en este mundo.

Casi dormido recordé por costumbre el momento mas feliz de mi vida, cuando años atrás dormitaba a la orilla de un hermoso lago con el sol quemando mi espalda entre aquella camaradería que solo se encuentra en la infancia y la voz de mi inseparable amigo despertándome para seguir adelante. Su sonrisa era agradable, su voz me llenaba de confianza, su cabello rubio y lacio que deslumbraba con los rayos del sol me hizo quererlo aun mas y yo le devolví la sonrisa agradeciéndole sin palabras...todo era perfecto.

Solo la vida sabia que años mas adelante, ese amigo seria parte de la fuerza en la puñalada que casi logra terminar conmigo...casi...aunque no lo hizo. Solo cambiaría radicalmente mi manera de pensar...para bien o para mal.


FMS

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